Pese a que el siglo de oro español había servido de inspiración y modelo a escritores románticos de otros países, España no alumbró autores románticos significativos hasta la década de 1830. El romanticismo fue introducido con éxito en el teatro español por Ángel Saavedra, duque de Rivas, con Don Álvaro o la fuerza del sino (1835). Discípulo del duque de Rivas fue el poeta y dramaturgo José Zorrilla, quien comparte con aquél el mérito de haber recuperado los temas legendarios e históricos en brillantes poemas narrativos. El espíritu romántico de rebeldía está representado por José de Espronceda, considerado por algunos críticos como el mejor poeta español de este periodo. Para muchos, sin embargo, la obra de Espronceda se ve superada por la de Gustavo Adolfo Bécquer, quien quizá compuso los poemas románticos más delicados de la lengua española.
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La prosa romántica de más calidad se encuentra en los escritos de los costumbristas, autores que describieron al pueblo y sus costumbres desde una nueva perspectiva. Este tipo de prosa está impregnada de un afilado tono satírico en los artículos de Mariano José de Larra, que también escribió varias obras teatrales y una novela. Si bien sus obras no figuran entre las más destacadas de los escritores románticos españoles, Larra fue uno de los autores más interesantes de este periodo, debido a lo atormentado de su existencia y al alto grado de introspección que alcanza en su obra.